San Jacinto, pueblo sin agua
Cuando estábamos en Bogotá nos pusimos en contacto con Neyl que se ofreció a hospedarnos (un antiguo amigo de mi madre, que se conocieron en México cuando yo era apenas un niño). El amigo de la mamá de Camilo se encontraba ahora viviendo nuevamente en su país de origen, en el norte de Colombia en un pueblito llamado San Jacinto en la provincia de Bolívar.
No teníamos información del lugar, sólo nos había dicho que era un pueblo cerca de Barranquilla (el nombre del pueblo lo supimos después, por lo que no pudimos googlearlo) así que cuando llegamos a la Terminal de Ómnibus lo llamamos, y nos explico cómo llegar a San Jacinto. Se nos fue todo el día, llegamos de noche y bastante cansadxs con un calor insoportable (sumado a las pesadas mochilas) y con hambre y ganas de refrescarnos y descansar. No teníamos idea de la ubicación geográfica, ni de la situación en la que se encontraba. San Jacinto es un municipio de Colombia, perteneciente al departamento de Bolívar. Se encuentra a 120 km de la capital departamental, Cartagena de Indias. Limita con San Juan de Nepomuceno, con María la Baja y con El Carmen de Bolívar. El Municipio de San Jacinto está considerado como el primer centro artesanal de la costa Atlántica, además también el primer comercializador de productos elaborados en telar vertical como hamacas y su diversificación, también produce productos elaborados en croché y macramé, así como también productos de la madera, la talabartería y los instrumentos como la gaita entre otros. Atrae turistas, principalmente, por la fabricación artesanal de gaitas.
Cuando llegamos al pueblito esperábamos encontrarnos con un sitio entre Barranquilla y Cartagena, con lo que especulábamos que tuviera alguna playita (Si, si lo sé! Gran ignorancia la nuestra) Cuando llegamos a la plaza principal del pueblo reconocimos fácilmente el negocio de Neyl, al lado de la Casa de la Cultura se encontraba un pequeño café llamado Cerro Maco (el cual proveía café orgánico cultivado en la región, además de bebidas frappé muy populares durante los largos días calurosos en dicho pueblo) en el cafecito trabajaban Neyl y Crix (una mexicana que llevaba un tiempo viviendo en Colombia) al vernos agotadxs y hambrientos nos aconsejaron el mejor lugar para comer abundante, rico y barato. Después de la cena y recobrar por fin el aliento, les preguntamos donde estaba la playa, a lo que respondieron entre risas que la playa más cercana era Cartagena.
Al día siguiente pudimos vislumbrar mejor el pueblo, las calles eran de tierras (creo que sólo había una o dos calles asfaltadas) a pesar del clima y la vegetación tropical, todo se veía bastante árido y esto se debía a que era temporada de sequías. Cuando quisimos darnos una ducha, nos explicaron que en San Jacinto no hay agua corriente, se tiene que comprar «canecas» (Bidón de 20 litros) con agua que bombean de una laguna, la cual estaba llena de sedimentos, algunos peces pequeños y varios restos de árbol. El resultado: agua color marrón. Se usaba para bañarnos y para el inodoro. El agua «limpia» que era la que acumulaban de la lluvia y se usaba para lavar los platos, cocinar y consumirla (aunque nosotrxs preferíamos comprar agua embotellada puesto a que ya habíamos quedado dañados de la salmonella que nos dió en Potosí, Bolivia).
En esos días de calor sofocante decidimos ir a dar una vuelta por Cartagena, conocer el Mar Caribe, aprovechando que estábamos relativamente cerca y de paso investigar qué formas había de cruzar de Colombia a Panamá. Salimos temprano a Cartagena, ya que del pueblo salía un autobús que daba un par de vueltas por las calles del lugar para recoger la gente que iba en esa dirección, nos costó aproximadamente unos 12 dólares la ida y otros 12 la vuelta (demasiado caro para un viaje de 2 o 3 horas) Una vez en la famosa ciudad amurallada, nos dimos cuenta que era muy distinto a la Cartagena de las fotos y postales que habíamos visto. Se nos presentaba ante nosotrxs la realidad: una ciudad grande, calurosa y caótica a primera vista. De la Terminal de Ómnibus nos tomamos un colectivo de línea y nos bajamos en la publicitada Ciudad Amurallada para conocer un poco (donde encontramos el lado turístico y súper conocido de la ciudad, muy distinto a la realidad que vislumbramos en la Terminal) En la Ciudad Amurallada había alquiler de bicicletas y decidimos que utilizando ese modo de transporte íbamos a agilizar el traslado de un lugar a otro e investigar por toda la ciudad las distintas opciones del cruce a Panamá. Mala idea fue rentar una bicicleta doble, puesto que nos llevó un buen rato la coordinación entre lxs dos y entender el hecho de que el de adelante conducía y que el de atrás no debía maniobrar (pero también lo hizo más entretenido) Primero fuimos al Club Náutico de Cartagena a ver si podíamos conseguir trabajo en un velero, después fuimos a la empresa de veleros que se encontraba en la parte turística. Desertamos de hacer el pase trabajando en veleros porque sólo querían contratar a unx de nosotrxs (además de que el contrato era por tres meses, y nuestra idea no era ir de un punto a otro durante tres meses, sino pasar y ya) Continuamos buscando y encontramos una opción de cruzar en lanchas haciendo una ruta que sonaba bastante complicada, pero era esa opción ó pagar de 300 a 500 dólares para cruzar en velero (algo que claramente excedía nuestro presupuesto y no iba con nuestra filosofía de viaje) El recorrido por la ciudad nos llevó toda la mañana, estábamos muertxs de calor y hambrientxs, por suerte encontramos un corrientazo, después de comer fuimos a conocer la playa de Cartagena. Otra vez distinta a la de las fotos, el agua distaba mucho de ser turquesa y casi no había costa, puesto que el mar se la estaba comiendo (como método de prevención había grandes escolleras) Aún así el agua tenía buena temperatura y nos sirvió para refrescarnos antes de volver a San Jacinto. Nos dijeron que si queríamos las playas de arena blanca había que tomar un colectivo de línea o una lancha (estas playas son explotadas como lugar turístico de Cartagena, por lo que ir implica que los costos en ese lugar van a ser elevados y a que va a estar repleto de turistas) Ya más aliviados del calor nos tomamos el camión de vuelta a San Jacinto.
Como nos habíamos prácticamente sin dinero por el paseíto a Cartagena, nos quedamos atrapadxs en San Jacinto (por decirlo de algún modo) como es un pueblo bastante pequeño, desempeñarnos como malabaristas fue casi imposible (demás está decir que no había semáforos) un día, y con la ayuda de Neyl y Crix, hicimos un show de malabares con lo que recaudamos un poco de dinero, como no podíamos apelar a seguir obteniendo ingresos con el mismo método, terminamos trabajando en el café de Neyl, donde unx de nosotrxs trabajaba unas 12 horas diario y ganábamos de 3 a 6 dólares, esto estaba muy lejos de lo que ganaba trabajando de lo mismo en Buenos Aires, pero era lo único que había y se agradecía! (además era acorde a la economía local) Nos quedamos en la casa de Neyl, dormíamos un unas hamacas en el jardín ,bajo un quincho de pajas. Era de lo más placentera dormir así, puesto que la noche era el único momento en que corría una brisa que te dejaba descansar del agobiante calor del día.
Vivir en San Jacinto fue toda una experiencia: fue duro y difícil, pero también gratificante lo que nos enseñó. Es un pueblo muy chico, donde no hay muchas actividades para desempeñar y para mantenerse entretenidxs reinan los entredichos y el qué dirán. Durante muchos años estuvo batido entre el dominio de la guerrilla y los paramilitares, esa herida estaba marcada a flor de piel en la conciencia de lxs habitantes de San Jacinto, por lo que no era conveniente hablar del tema o escuchar canciones de bandas como Molotov. El alcalde no era elegido por el voto popular sino por fraudulentas elecciones. En San Jacinto prima la desigualdad, la corrupción y la intolerancia. Nosotrxs despertaba tanto simpatía como rechazo por ser extranjeros. Un «insulto» que nos gritaban frecuentemente era hippie, lo que nos causaba mucha risa. Era muy común ver personas todo el día embriagados en la plaza, entre lxs que siempre veíamos a lxs funcionarios del alcalde. El día que murió Hugo Chávez, nosotrxs nos encontrábamos allí, y tuvimos que soportar la triste y patética imagen de lxs “representantes del pueblo” bebiendo y “festejando” en la plaza por dicha noticia. Algo que nos indignó mucho, pero a lo que no pudimos decir nada porque comprometíamos la imagen del café con ello, y lo último que deseábamos en ese momento era causarle problemas a la persona que gentilmente nos estaba ayudando.
Generalmente llegan turistas al pueblo en busca de tambores y gaitas, puesto que se le considera la cuna de uno de los conjuntos de música folclórica colombiana más importantes: Los Gaiteros de San Jacinto. Además de tener una larga tradición en elaboración de instrumentos artesanales de excelente calidad. La gente en general, va en busca de la familia Lara (famosa por ser hijxs de uno de los fundadores de lxs mencionadxs músicos) sus instrumentos son los más caros del lugar, precisamente por la fama que los preside, pero se iguala en calidad con los instrumentos de familias como los Yepes. Lxs turistas y viajerxs se quedan unos días en el pueblo para aprender con los propios maestros (que a su vez son los fabricantes) a utilizar los instrumentos.
En esos días conocimos a un joven y talentoso cineasta colombiano, con el que hasta la actualidad nos mantenemos en contacto, Ariel (así se llama) se encontraba en San Jacinto para documentar el testimonio de lxs desplazadxs por la guerrilla y los paramilitares en el pueblo de Las Palmas. Justamente Ariel es el que (entre otras cosas) nos cedió partes de las fotografías que aparecen en este post. Dejamos aquí el enlace para que vean su trabajo… Entrelazando
Pasamos alrededor de dos semanas trabajando por muy poco, con una dieta a base de arroz y lo que nos sobraba de plata lo ahorrábamos para poder comprar el boleto a Cartagena, donde esperábamos trabajar en el semáforo y ganar un poco más de dinero que lográbamos sacar en San Jacinto. Cuando juntamos los pocos más de 20 dólares que necesitábamos, decidimos que era el momento de intentarlo y partir rumbo a y que la suerte diga el resto…
Agradecemos a Crix por las fotos para este post!
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Claudia Pérez-Velázquez
Hola, necesito urgente conseguir como comunicarme con Orlando Yepes. Si alguien me podría dar su telefono o mail, se los agradecería mucho. Saludos
planbviajero
Hola Claudia, Gracias por leernos y escribirnos. Lamentablemente no tenemos ni su número de teléfono ni e-mail.
Siento mucho no poder ayudarte
Suerte con la búsqueda.
Saludos!
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Juan Camilo
Hola muchachos, vagando por la red me encontré este artículo. Es curioso para mí imaginar que hay extranjeros viviendo en San Jacinto. Soy una persona de ese pueblo, pero desde hace ya más de 10 años no vivo allá, algunas veces voy solo a visitar a mi familia.
Muchas de las cosas que ustedes dicen son ciertas, pero eso de que hay dos calles con pavimento, si es algo exagerado jejeje, el 90% del pueblo tiene pavimento.
Cuanto me gustaría que cada vez fueran más extranjeros a mostrarles como es la la vida en otros países u otros lugares. La gente tiene una mentalidad muy cerrada, por todo el proceso de violencia que se vivió entre los años 90 y 2000…
Gracias por haberse tomado el tiempo de escribir ese articulo y mostrar al mundo
Plan B Viajero
Hola Juan Camilo! Gracias por escribirnos! La de verdad dimos con San Jacinto de manera muy extraña, pero nos encantó! Casualmente a lo largo del camino nos hemos encontrado mucha gente que había visitado San Jacinto, mayormente músicxs que querían aprender de manos expertas a tocar la gaita.
Lo de las pocas calles pavimentadas no lo quisimos decir con mala intención. Es más! con el tiempo nos gustan más los pequeños pueblos donde el concepto de «progreso» no ha derribado árboles, casas y espacios naturales aún 🙂
Ojalá cuando pasemos nuevamente por Colombia (ahora arriba de nuestras bicis de bambú) pasemos por San Jacinto, seguro tendremos otra mirada del lugar 🙂
Saludos!
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