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Ya teníamos el pasaporte sellado y oficialmente habíamos ingresado a Panamá, por lo que estábamos más relajados. El mar estaba de lo más agitado y se avecinaba una tempestad, la gente del lugar se acercaba a la costa para ver salir la lancha (cosa que resultaba todo un espectáculo). No teníamos ni remota idea de la pesadilla que nos esperaba…

 

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Puerto Obaldía (Gentileza de Laura)

 

Odisea a Panamá parte 2

 

Nos tocaron los peores lugares, al medio y sin respaldo. Tratábamos de no pensar demasiado en eso y hacer pasar rápido las “supuestas” 6 horas que duraba el viaje. Ya mar adentro, como el viento iba en contra de la corriente, hacía más complicado todo.

 

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Puerto Obaldía

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La famosa lancha, Isla Caledonia

 

La lancha no paraba de dar saltos y en ese instante no había técnica que te salvara, era inevitable quedar suspendido en el aire por unos segundos para en un santiamén golpear fuerte y dolorosamente contra el asiento. Por un segundo estábamos en la cresta de la ola y al siguiente sentíamos que la ola nos iba a devorar. Cual escena sacada de una película, no paraba de caernos agua salada encima (imposible no empaparse). Tantos eran los golpes que acabaron por romper la madera que nos hacía de asiento. No nos quedó otra que sentarnos en el piso de la lancha. En un momento el capitán del bote, nos advierte que de caer al agua no debíamos movernos demasiado, puesto que sólo lograríamos atraer la atención de los tiburones.

Hubo momentos en que en serio sentí la muerte cerca de mí y pensaba que no importaba nada más, que era ese instante y que había que afrontarlo. Era la naturaleza manifestando toda su fuerza, no podía más que sentir respeto y entregarme a la suerte.

Temblaba sin parar, miraba mis piernas y me daba cuenta del peso que había perdido trabajando bajo el sol de Cartagena (había pasado de 50 kilos a 44) Si iba a morir allí, me reconfortaba saber que por lo menos siempre había hecho lo que deseaba y no me arrepentía de los errores, porque me habían ayudado a crecer y a entender mejor los caminos de la vida. Me había arriesgado: había salido de una vida cómoda y rutinaria, y de morir, prefería que sea así y no atrapada en un mundo de meras obligaciones. Y seguía pensando, y se me ocurrían una cantidad de cosas absurdas que a veces hacemos, y entre tanto replanteo existencial levantó la mirada y veo que la chica detrás de mí estaba maquillada, maquillada! En medio del mar, en una tormenta, muertos de frío y sintiendo que íbamos a morir! Qué sentido tenía “arreglarse” así o en cualquier momento?! Ya ninguna convención social tenía sentido en ese instante! Me hizo reír.

No llevábamos ni dos horas de viaje (y no habíamos hecho ni la cuarta parte del recorrido) cuando le pedimos que nos detuviéramos de emergencia en alguna isla. Así fue como llegamos a la Isla Caledonia, territorio de Kuna Yala o Guna Yala, que significa Tierra Guna y es una comarca indígena ubicada en la costa del mar Caribe panameño, habitada por la etnia del mismo nombre (antiguamente la comarca se llamaba San Blas hasta 1998 y a partir de 2010 pasó ser Kuna Yala)

 

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Isla Caledonia (Gentileza de Laura)

 

Apenas llegamos a la isla pudimos observar que la mayoría de lxs niñxs caminaban descalzxs por las calles de tierra, también nos cautivó la vestimenta que usaban las mujeres de la comunidad con sus brazos repletos de pulseras de múltiples colores (que más tarde me enteré, representaban su nombre) Las casas (salvo la escuela y un kiosco) estaban construidas íntegramente de palos y pajas.

 

Panamá Isla Caledonia

Isla Caledonia

 

Nos recibieron, nos dieron la bienvenida y nos llevaron a conocer el lugar en el que pasaríamos la noche. Eran unas pequeñas habitaciones construidas en madera con hamacas, el baño daba al mar (era un rectángulo hecho con palos con un inodoro y el hoyo directo al mar Caribe) Nos pedían 5 dólares a cada uno por la hamaca (y no nos permitían colgar las propias) cosa que nos pareció un poco excesivo a todxs. Insistieron, pero nos pusimos firmes: si no bajaban el precio nos íbamos a otra isla. Después de unos minutos el joven guía volvió con la respuesta del líder de la tribu, nos dejaban cada hamaca a 3 dólares.

 

Foto por Issis- Nosotrxs destruidxs por el viaje

Nosotrxs en Isla Caledonia visiblemente destruidxs por el viaje (Gentileza de Issis)

 

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Las habitaciones en Isla Caledonia

 

A diferencia de la imagen idealizada que tenía en mi cabeza y teniendo en cuenta la historia misma de dicha etnia (con la que me encontraba familiarizada) y creyendo que por vivir alejadxs de las grandes ciudades (pensamiento ingenuo) suponía que esta comunidad vivía en armonía con la naturaleza. La cuestión es que el Archipiélago de San Blás a partir de la década del noventa se convirtió en un destino turístico por excelencia, y no es para menos, basta ver algunas fotos del lugar para desear estar ahí. Por un lado destaco como positivo que gran parte del dinero que ingresa por turismo en esa zona va destinado a lxs Guna Yala, pero por otro lado, es inevitable no percatarse del avance del capitalismo y como éste ha sabido cavar profundo en la vida cotidiana de la población indígena. Ya no cultivan su propia comida, la compran empaquetada y como no existe un sistema de recolección de basura, tiran todos los desechos directamente al mar. Era muy común ver a lxs niñxs haciendo fila en el kiosco para tener su coca cola, o ver a la mayoría con un Smartphone en la mano o la remera del Barcelona con el nombre de Messi detrás. Y aunque claro, pienso: todxs tenemos derechos a acceder a lo mismo. Por eso estoy luchando. Pero las cosas de las que reniego haber encontrado en esa isla son las mismas que reprocho y me fastidian de mi sociedad: el consumo indiscriminado. Tal vez, tenía la esperanza de saberlos ajenxs o desinteresadxs por todas esas cosas materiales innecesarias que invaden nuestras vidas y que sólo nos atan. Idealista?…mmm, tal vez! No pierdo nada con soñar….

En parte siento mucha pena por la situación de la Comarca, fueron desplazadxs del Chocó y tuvieron largas y sangrientas batallas en el actual territorio panameño para lograr su autonomía. Y que supieron explotar los recursos que allí encontraron, pero también quedaron subyugados a la ambición capitalista de querer más y más dinero, dejando de lado el cuidado del medio ambiente y hasta su propia dignidad por unos dólares…

Nos dieron un reglamento de la isla: Por cada foto que tomáramos dentro de la isla debíamos pagar 1.5 dólar. No podíamos darle comida a lxs niñxs locales. Estaba prohibido deambular por el lugar sin playera y/o pantalón (es decir, que tampoco podíamos andar en tarje de baño) Todos los puntos me parecieron respetables, pues es su cultura y su territorio. Pero el último ítem fue el que me hizo mucho ruido: En caso de querer contraer matrimonio con una mujer de la comunidad, cualquier hombre lo podía hacer si pagaba 150 dólares por ella.

 

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Una tarde en Caledonia…

 

Como nos habíamos alejado de la tormenta de mar abierto, aprovechamos para sacar toda la ropa mojada de la mochila e intentar que se seque. Pudimos disfrutar de una tarde de sol y salir a recorrer y conocer la isla. Estábamos bastante hambrientxs así que fuimos en busca de comida. Nos encontramos con un pequeño comedor, pero no nos quedamos porque nos querían cobrar 5 dólares por unas papas y plátano frito cortado en rodajas, optamos penosamente por frijoles en lata (Made in USA) que nos costó casi la mitad.

 

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La lancha y El Capitán

 

Charlamos mientras disfrutábamos de la tranquilidad y el silencio en el muelle, hasta que el cansancio físico y mental nos obligó a dormir, no sin antes guardar nuevamente toda la ropa dentro de la mochila (las habíamos cubierto con bolsas pero no había sido suficiente para evitar que se mojaran) que seguía bastante húmeda, opte por introducir la bolsa (con la ropa dentro, claro) en el interior de la mochila en vez de envolverla por fuera con nylon (y me funcionó mejor)

El capitán nos despertó bien temprano, había buen tiempo y debíamos aprovecharlo. Aunque habían reparado el banco del medio, pedimos cambiar de lugar y el resto de la tripulación accedió. Nos tocó atrás (donde menos se sentían los saltos y por ende, donde menos nos lastimaríamos)

Demoramos en salir porque había una chica dinamarquesa que tenía miedo (claro después del día que nos habíamos pasado en la lancha todxs temíamos un poco, pero el mar se veía calma) Por fin zarpamos, y nuevamente comenzó el desfile de saltos, pero por lo menos se podía observar mejor el paisaje (entre brinco y brinco) Después de dos horas paramos en otra isla: El Porvenir. Aprovechamos para desayunar y después de un rato continuamos viaje, lo que siguió del recorrido fue de lo más placentero, puesto que fue dentro del archipiélago. Como habíamos vuelto a cambiar lugares, esta vez fuimos adelante del todo.

Veíamos pasar peces de colores al costado de la lancha y a cada minuto descubríamos una islita más linda que la anterior. Los tortuosos momentos del día anterior se habían convertido anécdota. Hasta hacíamos bromas al respecto. El paisaje todo lo deleitaba.

 

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Llegada a Cartí (Gentileza de Issis)

 

Y por fin llegamos a Cartí! (con el cuerpo dolorido pero enteros) Mientras esperábamos que llegaran las camionetas 4 x 4, nos quedamos sentados en unos bancos a la sombra, y tuvimos que pagar 5 dólares cada uno por “uso del puerto” (que era sólo un muelle)

Cuando finalmente llegaron los vehículos, nos quisieron cobrar otros 5 dólares por “exceso de equipaje” que no eran más que nuestras mochilas. Veníamos de dos días de un viaje tortuoso, creo que en ese momento todos lo que pasamos por esa odisea estábamos deseando solo una cosa: bañarnos y dormir. Ya no teníamos humor. Nos pareció absurdo y se lo hicimos saber. Insistieron y nos negamos. Comenzaron las frases del estilo de “todos los argentinos son iguales”. El capitán de la lancha nos dijo que no podíamos hacer nada, que era territorio Guna Yala.

Lo que más me molestó fue que apelaran a que tal impuesto era para el cuidado y preservación del medio ambiente del lugar, y era casi imposibles creerles, porque parecía que estábamos parados sobre un basurero (toda la zona estaba repleta de desechos inorgánicos) Al fin, uno de los conductores cedió, y nos dejó subir a la camioneta (es que por sobre todo, no nos sobraban los dólares)

 

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Saliendo de territorio Guna Yala

El viaje hasta Ciudad de Panamá fue entretenido, puesto que la vegetación era verde en abundancia y eran puras subidas y bajadas (así le dieron cierta emoción) fueron dos horas pero se pasaron muy rápido.

Y así fue nuestra odisea cruzando en lancha de Colombia a Panamá. Sé que otras personas han hecho el mismo recorrido y han tenido mejor suerte (no digo que a todxs les vaya a pasar lo mismo, en estas líneas sólo queremos compartir nuestra opinión) Igualmente por más de que hubo momentos verdaderamente horribles, es una experiencia que rescato mucho porque con ella aprendí, crecí y maduré. Vi muchas realidades que me decepcionaron y no me agradaron pero las valoro, porque me ayudaron a entender el pasado y el presente de la historia de nuestra América Latina. No hay nada más grato viajando que vivir experiencias que te pongan al límite, poder aprender de ello y vivir para compartirlo 🙂

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Somos Gabriela De Marcos y Camilo Peña, una argentina y un mexicano que en el 2012 hicimos del viaje un estilo de vida. Nos gusta viajar lento, vivir en armonía con la naturaleza y compartir experiencias y relatos de viajes.

Comments:

  • 27 mayo, 2014

    Guau! Ciertamente nosotros tuvimos mejor suerte con el mar aunque los saltos y quedarnos en el aire un ratito antes de caer con todas tus ganas en el maldito banco de madera, me suena. A nosotras nos tocó en la punta delantera, no os digo más. Con los Kuna Yala no tuvimos mejor suerte que vosotros, compartimos vuestra opinión, fué muy decepcionante.
    Saludos y buen camino!

  • Maria

    9 febrero, 2017

    Hermosa Gabriela… No se cuanto habrás cambiado en estos años, pero hoy siento un gran respeto y amor por ti. Los admiro mucho.

  • Daniela Castellano

    9 marzo, 2018

    Imposible no sentirme identificada y volver a sentir ese tremendo miedo de la naturaleza en acción, también sentí la muerte tan cerca como tú y replanteé toda mi vida en un viaje de 6 horas que se me hizo eterno. Ver esas olas de tres metros fue lo más aterrador de mi vida y en mi caso estuvimos cerca de volcarnos en más de una ocasión, aún así hoy lo pienso y no me arrepiento porque la experiencia, sin duda, fue una de las más impactantes de mi vida.

    Muy buen relato, saludos!!

  • 27 marzo, 2018
  • Avigaela

    22 noviembre, 2020

    Hola estoy leyendo todo tu blog de colombia a panama, pienso recorrer desde peru hasta mexico, pero ya me hicistes dudar de colombia a panama, por qque viajaremos mi esposo y mis 2 hijos de 7 y 10 años, creo q ese pase lo tendremos que hacer por avion.
    Muchas gracias, bendiciones ???

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